sábado, 30 de mayo de 2015

Julio Anguita, tras el 24 M


             Después de la alegría en unos casos,  la euforia en otros y el regusto generalizado de una decepción como fondo por  los resultados obtenidos en las elecciones autonómicas y municipales ,se impone un reflexión no sólo sobre lo ocurrido sino, y fundamentalmente, por lo que puede ocurrir  más allá de las próximas elecciones generales. En consecuencia voy a apuntar una serie de incipientes consideraciones..
            Aunque el PP ha sufrido una gran sangría de votos no es menos cierto que todavía sigue siendo el partido más votado. Esta realidad debe llevarnos a una reflexión acerca de la magnitud de la incidencia de la corrupción sobre una masa de votantes del PP. Asumamos que el patriotismo de partido o de ideología es casi inmune, por ahora, a la concienciación y a la ética.
            El PSOE sufre el mismo proceso aunque de menor cuantía. Sirve también para él (salvando distancias numéricas) la misma consideración.
            En consecuencia, el bipartito ha sido ligeramente arañado pero su fortaleza es evidente. El bipartito mantenedor de la actual UE, la reforma constitucional del artículo 135 de la Constitución, la política exterior, la OTAN, la filosofía económica y laboral, etc. sigue siendo el adversario a batir;  aunque en determinados momentos, como el actual, nos veamos obligados a optar con todos los matices, condiciones y requisitos necesarios. Sin que nos olvidemos, sobre todo, de los electores. No estamos ante una batalla importante sino ante una escaramuza que merece un tratamiento específico y diferenciado pero siempre dentro del marco de la estrategia general- si se tiene - y sus objetivos. Quiero decir que el necesario desalojo del PP en las instituciones no puede servir de coartada para explicitar nuevas reediciones del “Juntos podemos”.

            Por tanto en aquellos lugares y circunstancias en los que el PP pueda ser relevado, el discurso del “frente de la izquierda” (incluyendo en la misma al PSOE) debiera ser cambiado por el de “acuerdo antigubernamental” y, por supuesto, con los contenidos programáticos y líneas éticas que lo constituyan y justifiquen.
            Plantear desde ya la formación de una unidad popular, contrapoder, mayoría o convergencia con la vista puesta solamente en las elecciones generales es de difícil encaje y viabilidad. Desde mi punto de vista el horizonte bajo el que se debe hacer propuestas, mensajes y operaciones tendentes a la unidad es el de pasado mañana; es decir el del día D+1. Hago esta afirmación basándome en las declaraciones de dirigentes políticos que entienden la unidad como la incorporación a sus filas sin más.
Si el objetivo de la Unidad Popular se presenta como una operación puramente electoral la derrota está ya garantizada. La Unidad Popular o como quiera llamarse la  constitución de la mayoría en contrapoder, exige de programas, valores, convergencia de movilizaciones, presupuestos éticos comunes, plazos,  paciencia, etc. etc. etc. Pero además hay dos condiciones sin las cuales todo puede venirse abajo:
  1.  La coincidencia en definir al adversario o al enemigo. Sin ello no son posibles estrategias, tácticas y alianzas posibles.
  2.  La coincidencia en las líneas fundamentales de la administración de la hipotética victoria. Se trata de ir alcanzando la cultura de gobierno alternativo.
Por otra parte las organizaciones que apuesten sin retrancas por el proceso deben saber que tiene que adecuar sus esquemas de todo tipo a esta nueva política. En esta hora no caben operaciones de cálculo ligadas exclusivamente a la supervivencia de aparatos y discursos que se tienen como fin a sí mismos. Y una última reflexión.
Si todo esto se lleva a cabo desde ya,, tras el debate limpio y generalizado es posible (¿y probable?) que pueda llegarse a un momento electoral que de verdad quiebre al bipartito. Empecinarse en siglas excluyentes o en operaciones electorales sin base concreta y sin objetivos de gobierno alternativo es darle al bipartito tiempo para restañar las leves heridas sufridas.